Una clase de box con Julio César Chávez
Boxear es algo que siempre quise intentar: por fin la oportunidad llegó ¡Y con un grande!
Me despierto muy temprano para ser la primera en el estudio. Voy a reformular: ni siquiera dormí. Estoy esperando a entrar con un frío que no distingo si es el clima o la emoción. Lo veo. Con lentes obscuros [todo un rockstar], rodeado de gente que espera para tomarse fotos con él y yo acercándome a toda velocidad dispuesta a empujar a todos con tal de saludarlo. Puedo imaginármelo en sus tiempos de gloria; 1.71 metros de altura y campeonatos mundiales en tres divisiones de peso. No sé a cuantos empujé pero lo logré, conseguí mi foto; temblorosa con una mezcla de emoción y miedo me acerqué a una persona del staff y le pedí que me vendara.
Lista y con una chispa tintineando en mi pecho me formo como niña de primaria para entrar al estudio de box. Me siento confundida; “¿esto es un antro o un ring?” Me pregunto, “creo que es un antro” me digo cuando ponen música a todo volumen y luces de concierto. Ahora entiendo el porqué de los lentes obscuros de Julio César Chávez. Un hombre, que no es Julio César, con un micrófono de diadema grita entusiasmado y guía el calentamiento: evidentemente yo no puedo concentrarme y mi calentamiento consta en voltear de un lado a otro intentando encontrar a Chávez.
El calentamiento termina. Nos piden que nos pongamos los guantes. Esta es mi primera clase de box, no sé que hacer ni a donde ir y, por supuesto, tampoco sé cómo ponerme los guantes. “Que oso” pienso cuando un muchacho se ofrece a ayudarme porque, después de unos cinco minutos, aún no lograba ponérmelos. “¡Démosle la bienvenida al campeón, al único, al grande: Julio César Cháveeez!” Grita el hombre con micrófono. Se abre la puerta. Todos gritamos. No aparece. “¡Ahora sí, recibamos al grande, al campeón mundial!” Grita por segunda vez el mismo hombre y, por fin, entra corriendo. Gritos y aplausos no se hacen esperar: rockstar.
Le estoy pegando a la bolsa (no diferencio un gancho de un jab pero continúo para no quedarme atrás). Llega el momento de la verdad: Julio César se acerca a mi y corrige mi técnica; técnica que no cambio porque, para mi, me están hablando en otro idioma. No me intimida que un campeón mundial le esté pegando a la misma bolsa de box que yo; me intimida la cámara que graba todos mis torpes movimientos y cuya cercanía es tanta que mi sudor la empapa. Dejo de pensar en lo que no sé hacer. Lanzo golpes con toda mis fuerzas. Aprieto los dientes. Escucho Eye of The Tiger de fondo (en mi película mental) y me siento capaz de vencer al mismísimo Rocky Balboa. La cámara se aleja, me relajo.
La clase avanzaba y yo seguía pegándole a la bolsa como podía (nunca había sudado tanto). No podía respirar. De repente escucho un grito entre la retumbante música “¡Cuatro ganchos y diez lagartijas, vamos!” -No puedo creer que lo diga enserio-. Chávez regresa conmigo para el último ejercicio. “¡Cierra con todo!, dale, dale, dale”. Se ve cansado. Deja de golpear y mientras me pide que golpee lo más fuerte que pueda, se limita a sostenerme la bolsa para que no se me mueva.
La música cesa.
¿Cómo fui capaz de terminar la clase? Ni idea.
Estiramos pero yo sigo concentrada en el calentamiento [volteo de lado a lado en busca de Julio César]. Quiero otra foto. Quiero que se note lo duro que entrené pero ya no está, se fue. Me hago a la idea de que una foto fue todo lo que conseguí e intento estirar pero me resbalo con mi propio sudor (¡Já!).
-“Hagan una fila si quieren foto con Julio César”
Formada. Otra vez. Como niña de primaria. Otra vez.
Soy la última en la fila y la espera se hace eterna. Brincoteo de un lado a otro. Espero. Vuelvo a brincotear. Cuando estoy lo suficientemente cerca como para verlo me doy cuenta de que es una foto y ya, no platica, no saludo: una foto y el que sigue. Mi turno llega y sintiéndome la Rocky Balboa que fui unos minutos antes lo saludo de beso. Por su expresión y el pequeño salto que dio sé que se sorprendió (nadie lo saludaba, solo querían la foto “y el que sigue”). “Le pegas bien” me dice, saco el pecho, sonrío orgullosa y “es talento nato” le respondo. Ahora la rockstar soy yo. O al menos, así me siento.
ay wow eh!
ResponderEliminarEste artículo me encantó, me mantuvo a la expectativa, quería saber qué seguía en el siguiente renglón, la narración me cautivó, muchas felicidades.
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